Durante el embarazo me sentí súper protagonista. Yo. Ahí con mi panza. Lo disfruté un montón. Me saqué mil fotos. Me sentía radiante. Familia, amig@s y hasta extrañ@s pendientes del crecimiento de mi panza, de cómo me sentía, de los kilos que subía, de mi presión baja, de algunos dolores, etc.
Una vez que nació la bebé todos los ojos se posicionaron ahí. Lógicamente la prioridad es del /de la bebé recién nacido/a pero ocurre como un borramiento de la mamá como mujer con necesidades, deseos, cambios. Allí hay alguien que acaba de parir, que vivió y continúa viviendo una revolución en todos los sentidos, que está aprendiendo sin manual a la velocidad de la luz y a veces se la deja tan sola. Muchas otras veces nos sentimos incomprendidas, tal vez rodeadas de gente, pero el sentimiento es de soledad.
Socialmente se espera mucho de la reciente madre: que baje rápidamente esos kilos, que cuándo vuelves a trabajar, que no estés malcriando al bebé teniéndolo todo el tiempo en brazos.
¡Qué injusto lo que se espera de nosotras! ¡Qué injusta que la mirada esté ahí y no en tratar de empatizar con lo que estamos viviendo!
Agradezco enormemente a aquellas personas que sí pudieron reparar en mí y me mimaron, me hicieron algo rico de comer, me dijeron que lo estaba haciendo bien y hasta me trajeron un regalo. Agradezco haber contado con mi espacio terapéutico.
No hagamos invisibles a las mamás. Conozcamos y mimemos al/a la bebé pero no nos olvidemos de esas mamás.
Tengamos presente que la soledad no es aliada de la maternidad. Tejamos redes siempre. Sostengámosnos.