A esta conclusión llegué hace poco. Luego de sentirme pésimo durante toda la noche, no podía dejar de pensar que al otro día “debía” sentirme bien porque mi hija me necesitaba sana. No tenía la posibilidad de quedarme en la cama descansando, de llamar a mi trabajo y avisar “hoy no voy, me quedo en casa recuperándome.” No existe: para el trabajo no remunerado que hacemos las mamás no hay vacaciones, feriados ni licencia por enfermedad.
Qué duro, ¿no?
Ahí una vez más pensaba en la importancia de contar con red de apoyo: con otras personas de mi confianza que pudieran colaborar con el cuidado de mi hija mientras yo me recupero de mi malestar. Y me di cuenta que aún me falta afianzar eso y saber pedir ayuda cuando es necesario. Para mi sorpresa encuentro manos dispuestas más veces de las que me hubiera imaginado.
Se me hizo muy tangible en ese momento cómo es necesario estar bien una para poder cuidar de l@s demás. Me duele la cabeza, me siento mal, debo recuperarme para estar bien con mi hija. Sin embargo cuando las dolencias son psicológicas no prestamos la misma atención, no le damos esa importancia.
Si estamos con angustia, con crisis de pánico, con temores, con depresión, no solemos pedir ayuda. Nos sentimos muy mal nosotras y así y todo cuidamos de nuestr@s hij@s. Y la realidad es que este escenario es negativo para toda la familia.
Hay que visibilizar la relevancia de que las mamás cuenten con salud mental plena. No podemos seguir poniendo abajo de la alfombra esas sombras que emergieron con más potencia desde que somos mamás. Es hora de hacernos cargo de esos padecimientos y buscar la sanación (que es posible). Hacerlo por ti, hacerlo por tus hij@s.
Entonces sí nos podemos enfermar, sí es válido atravesar momentos oscuros pero lo saludable es poder visibilizarlo, identificarlo y pedir ayuda y acompañamiento familiar y profesional (en caso que sea necesario) para ir encontrando el camino de sanación que merecemos.