Históricamente se nos ha adjudicado a las mujeres las tareas de cuidado. Cuidado de la casa, del hogar, cuidado de l@s demás, del esposo, hij@s, padres mayores. No es una cuestión natural sino una construcción sociocultural que se ha establecido hace siglos y continúa en la actualidad.
Las mujeres hemos logrado ingresar al mundo público, al trabajo remunerado, a cargos de poder pero sin embargo la esfera del hogar continúa siendo mayoritariamente territorio de las mujeres.
Entonces nuestra mente suele estar dividida en mil partes: mientras cambiamos un pañal estamos repasando en nuestra cabeza la presentación para la reunión de mañana. Mientras nos bañamos rápidamente pensamos que hay que comprar detergente.
Las mujeres tenemos una carga emocional inconmensurable y además una carga mental que no es tangible, no es conversada pero es un continuum que no tiene fin. Terminamos con múltiples responsabilidades y ni siquiera hacemos visible la carga mental que nos acompaña minuto a minuto.
“Hija ven a vestirte para ir al jardín” (este pantalón ya le queda chico, la próxima semana es el cyber debería aprovechar y comprar otros).
“Por favor quédate quieta que no te puedo atar el cabello” (tengo que buscar la cartulina que pidieron para el jardín).
“Vamos que llegamos tarde” (¿qué voy a hacer de almuerzo?).
“No saltes arriba de la cama” (¿esas sábanas están limpias o se hizo pis?)
“Chau hija que lo pases lindo, a la tarde nos vemos” (¿le dejé su colación? Sisi se la dejé).
Estas escenas son cotidianas pero muy pocas veces podemos poner en palabras la carga gigante que tiene nuestra mente.