A lo largo de la historia de la humanidad las distintas sociedades se han construido a partir de las diferencias anatómicas entre los sexos. Estas diferencias se constituyeron en desigualdad que fue trasladada al ámbito social y político, atribuyéndoseles roles, características, derechos, obligaciones y comportamientos esperados tanto a hombres como a mujeres.
Para comprender el funcionamiento de la sociedad resulta fundamental entender que la diferencia sexual ha sido construida como una diferencia política, logrando como consecuencia ubicar a los hombres en ese lugar de prestigio y dominación y a las mujeres en un lugar de exclusión y sujeción (Pateman, 1995).
El lugar de desprestigio entonces es el que nos fue asignado históricamente a las mujeres: ubicadas en el espacio privado. Es importante leer lo privado desde “la privación” y no emparentarlo con “lo íntimo”.
Las voces, opiniones y deseos de las mujeres siempre sufrieron intentos de ser silenciados y mantenerlos bajo cautiverio. El lugar de la loca, de la bruja, de la mentirosa, de la puta, es el que nos fue designado por el mundo patriarcal con el fin de desprestigiarnos y mantenernos dominadas, sometidas y cautivas.
La desvalorización de las mujeres es entonces una construcción cultural y no hay nada de natural en la consideración de inferioridad que nos han otorgado.
Es vital que podamos visibilizar esto en pos de fomentar crianzas saludables y respetuosas de nuestr@s hij@s. Niños y niñas tienen los mismos derechos: deberíamos dejar de fomentar que las niñas levanten los platos de la mesa mientras los niños ven la televisión, de enseñarle a los niños que no deben llorar porque eso “es cosa de niñas”, de escoger juguetes y colores en función de una atribución anatómica.
Las invito a co-criar intentando que la diferencia sexual deje de ser leída y construida como una desigualdad.